Llega
con su coche hasta donde puede. El barro no le permite hacerlo hasta
las calles de tierra, casitas bajas, muchas nostalgias.
Recuerda
con nitidez la casa: paredes blancas, ventanas verdes, techo de tejas
rojo, jardín bien cuidado y... María.
Busca
la dirección, cae la tarde y se dificulta la acción. La encuentra,
esa
es la dirección buscada, la casa no se parece en nada a la que
recordaba. El jardín es una pequeña selva, los yuyos tapan casi por
completo las ventanas, de las cuales sólo pueden verse algunos
vidrios rotos. Las paredes están sucias, el techo casi derrumbado.
Desolación.
¿Qué pasó? Todo está
abandonado.
Desorientado
se apoya en un poste, se siente mal.
—¿Cuánto
hace que no viene por acá? ¿Diez años? Tal vez más —piensa.
Los
perros desde las casas vecinas ladran al extraño.
Una
vieja vecina sale con desconfianza y le pregunta:
— ¿Qué
busca? Acá hace años que no vive nadie —sigue la vieja sin dar
tiempo al hombre a contestar. La María se fue cuando nació el
chico, hará nueve años, sí, nueve años. Estaba sola, todos la
miraban con malicia. Había desmejorado mucho, ella tan trabajadora,
con el crío no podía trabajar, a veces le alcanzaba un poco de
leche y comida, no podía darle más —siguió la vieja como si
estuviera sola con sus recuerdos. Un día, cerca de la Navidad, la
pobre salió con su niño y un bolsito y nadie la volvió a ver
—Señor ¿usted la conoce? —siguió.
Él
piensa: ¿Cómo decirle que conozco cada centímetro de su piel, cada
lunar de su cuerpo, que aún tengo en mi mente y en mi piel, la seda
de su piel y su perfume?
Comienza
a caminar hacia su auto sin contestarle nada a la pobre anciana que
se quedó parada, mirándolo.
Las
dos cuadras que hay entre él y el coche le parecen interminables,
las piernas le tiemblan ¿Cuánto hace que dejé de verla? Casi
diez años, sí, casi diez años. ¿Ese chico será mío? Tiene que
ser, era mujer honrada. Ella me había dicho que quería hablar de
algo importante, yo le dije que también, me pidió que hablara yo
primero. Le dije que me iba, que la quería mucho pero no podía
estar mucho en un lugar. Recuerdo que se puso pálida y apretó los
labios. No dijo nada más. Mi amigo Juan me habló de Mendoza, de
sus acequias, de sus montañas, de su sol, me tenté; el trabajo era
bueno y el lugar hermoso y así pasaron los años y las mujeres.
Buscaba
en todas a María, no la encontré. Tuve buenas relaciones, ninguna
tan perfecta como con María. No puede ser, soy un idiota ¿tanto me
llevó darme cuenta lo que siento por ella? Tengo
un hijo, pero ¿adónde estarán? ¿Por dónde buscar? —Piensa —
¿Por dónde empezar ?
Sube
al coche, le duele el pecho, siente el corazón oprimido.
Llega
a su casa, le parece más fría y más grande que nunca, había
soñado regresar ahí con ella y sentir su perfume y pasar sus manos
por su cuerpo,
Regresa
al barrio, y habla con la vecina, le pregunta una y otra vez si ella
alguna vez dijo algo de algún pariente, de algún lugar, algo que
pudiera servir para comenzar la búsqueda.
La
mujer recuerda, pues estuvo pensando en esos días todo lo que sabía
de María, que ella había nombrado a una hermana y que vivía por
Ituzaingó. Agradece a la mujer y se va.
Allí
recorre escuelas y nada, hasta contrata los servicios de una empresa
por Internet para buscarla.
Abre
su correo a cada hora, no puede despegarse de la computadora, hasta
que llegan los datos de la mujer, no es seguro, pero va.
Toca
timbre en la dirección que le habían dado. Al abrirse la puerta ve
a María.
Se
miran largamente. Él pregunta si puede pasar y ella recelosa, lo
deja entrar.
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