sábado, 31 de octubre de 2009

MI VIDA EN UN DIARIO


Son las cuatro de la mañana. Me pongo mi abrigo y salgo. El frío y el viento que sopla furioso, hacen despejar mi cabeza.
La discusión con Atilio me puso loca. Nadie puede cambiar a nadie, o se acepta a cada uno como es o se lo deja. Eso lo aprendí tarde.
Cuando conocí era mujeriego y jugador. Yo era joven e inexperta y pensé que si me amaba lo dejaría todo por mi. Sus promesas, sus caricias, me hicieron dejar todo y viví solo para él.
Cuando llegó nuestro hijo, amado y buscado hijo, ya no pude acompañarlo tanto. Entonces él empezó a salir solo, al principio poco y luego todas las semanas. También empezó a jugar.
Hoy la discusión fue subiendo de tono, llegó hasta la agresión física.
El viento alivia mi rostro golpeado. Saco un cigarrillo y trato inútilmente de encenderlo. Necesito fumar.
Me voy acercando al mirador, en ésta época del año desolado y oscuro. Me siento en unos de los cuatro bancos. El frío me cala los huesos. Por suerte logro encender el cigarrillo, le doy una larga pitada y miro hacia el mar.
A lo lejos se recorta la figura de una persona. Está muy lejos y no sé si se acerca o se aleja. Presto atención y me doy cuenta que se está acercando. Solo la gran luna alumbra la playa desierta. Y él, porque es un hombre, se va aproximando.
A mitad del camino se detiene, hay dos o tres piedras que le sirven de asiento.
No estoy vestida para andar en la playa. Tengo el vestido lila, largo, ese que tanto… ¿Le gusta a Atilio? el abrigo de piel y los tacos altos.
Él parece que lleva un sombrero ¡Cuánto hace que no veo a un hombre usando sombrero! Creo ver una maleta ¿Con una maleta en la playa? Lo observo, fuma al igual que yo, distingo la leve llamita del cigarrillo. No me vio, veo su cabeza y su sombrero, parece mirar hacia las olas. El mar está embravecido; el viento, por momentos huracanado, se fuma nuestros puchos.
El hombre toma lo que parece una valija, la había dejado a un costado de las piedras, la pone sobre sus piernas, supongo que la abre porque muchas hojas salen llevadas por el viento, hacia adonde yo estoy. Las voy tomando, algunas se me escapan, no las persigo, las dejo ir. Miro hacia el hombre, está inmóvil, luego cierra la valija. Con todos los papeles que pude tomar, me acerco a él. Al acercarme miro su vieja valija de cartón, su silueta se recorta alta y difusa sobre la arena, no veo su rostro, parece todo él, salido de una vieja postal. Le extiendo los papeles pero se da vuelta sin hablar y se marcha.
Quedé aturdida e intrigada. No quería volver a casa. Ahí está Atilio.
Lo que debió ser una segunda luna de miel, pues mi madre se quedó al cuidado de nuestro hijo, terminó siendo una luna de hiel.
La curiosidad puede más. Voy hacia la casa, entro por la puerta de atrás y sin hacer ruido voy a la biblioteca. Cierro la puerta, enciendo la luz.
Me siento con los papeles en las manos, los apoyo sobre el escritorio. Parecen hojas sueltas de un diario. La letra pequeña y redonda parece de mujer. Veo que las hojas son de un tenue color rosa, las voy acomodando por fecha.
Leo:

7 de septiembre de 1939
Amor te vi. Y ya no soy más la dueña de mis actos. Tus ojos se clavaron en los míos y todo a mí alrededor desapareció.
10 de septiembre
Sé que soy muy joven para ti, ya me lo han dicho mis padres. También dijeron que nunca dejarán que seas mi novio.
11 de septiembre
Hoy me costó poder escapar a la hora de la siesta. Mi corazón salía de mi pecho, me faltaba el aire. Te quiero y sé que tú también.
14 de septiembre
Lloré todo el día, hoy no pude salir para verte. Mi padre se enteró que nos vimos y me encerró en el cuarto. Dijeron que no eras bueno, que pretendías a varias mujeres y a todas por su dinero. Que juegas hasta lo que no tienes. Y que nunca más te veré.
3 de octubre
Sé que está mal, pero hoy dejé que me abrazaras y me besaras. Qué hermoso fue. Valió el sacrificio que hice para escapar, me sentí en el cielo ¡Te amo y me amas!

Faltan algunas hojas, son las que se me volaron o por un tiempo nada había escrito.

5 de enero de 1940
Querido, es cierto lo que me dijo mi padre. Él me llevó al club Fulgor y te vi con Luisa, la tomabas de la cintura como a alguien muy tuyo.
Más tarde me llevó a un tugurio adonde se apuesta. Tu rostro transformado me hizo comprender que estabas perdiendo. Lloré al verte con esa desesperación. Pero nada me importa, yo te amo.
4 de febrero
Querido, si es cierto que me amas, cambia de vida. Quiero que mis padres te acepten. Quiero vivir contigo para siempre. Mi vida es un suplicio, prefiero mil veces pasar penurias a tu lado que esta distancia que no me deja vivir. Te quiero, lo grita mi sangre, mis ojos, cada fibra de mi ser.
7 de julio
Saben que nunca más hablaré. Ayer te echaron de casa. Ya nunca más hablaré.
12 de julio
Estoy muy mal. No hay palabras para escribir lo que siento. Estuve todos estos días encerrada. Mi cuarto con llave como si fuera una celda. Sólo se abría para darme la comida. Pero hoy en un descuido huí. Corrí a tu casa. Estaba decidida, nos iríamos juntos. Pero la encontré cerrada. Miré por las ventanas y estaba vacía, no había muebles, no había nada. Te habías ido.


A esta altura de la lectura mi rostro estaba cubierto de lágrimas ¡Qué de cerca me tocaba esta historia!

30 de noviembre
El médico viene casi todos los días. El buen doctor habla y habla. Yo sólo veo los labios que se mueven. Nada me importan las palabras. Es más, de mi boca no sale ni una sola, ni siquiera un quejido, nada.
Sé que estoy muriendo. No me importa. Yo morí el 6 de julio, cuando te echaron de casa.
Quiero seguir escribiendo aunque cada vez con menos fuerzas para que este diario, estas hojas lleguen hasta ti cuando ya no esté. Para que sepas y sepan lo que me hicieron. Para que mis padres nunca más estén en calma y que tú al leerlas, te salves y pienses que yo te brindé mi vida. Ya no para mí, pero cambia, si algunas de tus palabras fueron ciertas, cambia. No te reprocho nada. Sólo te pido que mi muerte no sea en vano.
31 de diciembre de 1940
Es el último día del año y creo que es mi último día. Te amo y te amaré desde el más allá.
Vuelve a la playa, en ese lugar donde nos besamos y nos abrazamos. Vuelve a la playa, sólo si cambias, vuelve a la playa.
Te amaré por siempre…
Julia


Salí nuevamente a la playa. Hacía mucho frío, pero adentro me sentía ahogada.
Busqué la piedra adónde había estado sentado el hombre y ahí me senté.
Miro el mar. Ya casi amanece. El sol va surgiendo en el horizonte. No quiero pensar en nada. Sólo descansar mí mente. El paisaje tan lleno de sombras y de luces me trae mucha paz. El mar ya no está embravecido. Las sombras se van llevando todo lo malo de esta noche y sólo queda paz que inunda mi alma. Pasan cerca algunas gaviotas que se sumergen veloces en el mar. La ley de supervivencia: el grande se come al pequeño. El fuerte domina al débil. Sin pensamientos, la mente en blanco, es una orden que yo misma me doy. Sólo sé que no soy Julia y no moriré por nadie.
Todo calma, pongo mi brazo sobre la piedra, lo uso de almohada, el murmullo del mar es una canción de cuna, una nana, como las que me cantaba mi abuela, el sueño me va venciendo….

2 comentarios:

  1. MUY LINDO CUENTO!!!! TE FELICITO!!!
    SIEMPRE CON TANTO SENTIMIENTO!!!!
    Y FELICITACIONES POR LA EDICION DE ÉSTE CUENTO TAMBIEN!!!
    POR MAS!!!!
    EXITOS!!!!!

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