viernes, 25 de junio de 2010

JULIA




Se acerca por la vereda una joven de una delgadez extrema. La pollera raída y sucia cubre sus piernas hasta los tobillos; las zapatillas rotas. Arriba lleva un saquito descolorido con grandes agujeros. El cabello negro está prolijo, recogido en la nuca con un moño. En sus brazos un bebito, que casi presiento, envuelto en unos cuantos trapos sucios. Anochece y ella vaga por las calles. Hace frío y pronto lloverá. Al pasar cerca de mí extiende su mano, le doy unas monedas. Me duele el alma ¿Cómo ayudar? Sigo mi camino aunque me siento mal ¿En qué sitio ubicarla?
Cuando llego, el calorcito acogedor de mi casa me hace sentir con más remordimientos.
Me pongo de nuevo el abrigo y salgo. Camino por las calles en busca de la joven. Cae una fina llovizna.
Hay tantos durmiendo en las calles. Los cartones en las entradas de los negocios, sobre ellos, los colchones. Una gran manta los cubre, a veces se ven extraños movimientos bajo ellas, lo que me hace pensar ¿Cuántos habrá en cada colchón?
Sigo caminando, ni rastros de la joven ¿Estará protegida bajo alguna manta? En una esquina un chico me dice:
-Doña ¿no tiene unas monedas? Camino más rápido. Siento temor. ¿Cómo ayudarlos si les temo? Es una locura, porque son niños ¿Cómo se llega a tenerles miedo? ¿Cuántos años llevó esto? ¿Cuántas personas fueron culpables? ¿Cuántas omisiones? ¿Cuántas malversaciones? ¿Cuánta falta de educación? ¿Qué nos ha pasado?
Paso por otra esquina, cuatro chiquitos descalzos se pasan de mano en mano una bolsa con pegamento. Mi rostro está mojado, no es la lluvia, son mis lágrimas. La bronca, la impotencia, el dolor, son más fuertes que yo.
En la siguiente cuadra me parece ver a la joven. Sí, estoy segura que es ella. La alcanzo, tiendo mi mano para tocar su brazo. Lo logro; se da vuelta y me mira con odio. En sus bolsillos agujereados veo algunos billetes, ahora frente a frente miro hacia su bebé. Sus ojos se abren aún más, me acerco más para verlo, ella salta hacia atrás. Cae un muñeco, envuelto en sucios trapos. Y corro, con mis ojos llenos de lágrimas, corro.
Llego a mi casa, cierro la puerta apurada. Estoy sola y con mucho miedo.
No ceno, me acuesto y solo rezos salen de mis labios. No pude dormir pensando en la joven. A la mañana salgo dispuesta a encontrarla. La veo vagando por las mismas calles que la noche anterior. Me ve, se asusta. Ahora ella tiene miedo de mí.
Me acerco:
-No temas, le digo, sólo quiero hablar con vos. Quiero ayudarte, si puedo. ¿Tienes hambre? Asiente con la cabeza. Entramos a una cafetería, nos miran. Pedimos dos café con leche y medialunas. Pensé que si hubiera pedido el desayuno para ella sola no hubiera logrado la intimidad que estoy logrando. De a poco fue desgranando su triste historia.
-Mi padre murió muy joven y mamá quedó sola con nosotros. Tuvo que ser madre y padre, al ver que no podía sola, luego de un par de años se buscó un compañero. Cuando lo vi entrar adusto, desaliñado, pensé que mi madre se había equivocado. Yo soy la mayor de tres hermanos. Mamá trabajaba en la fábrica todo el día y Pedro, su compañero, trabajaba en una curtiembre. Yo no soportaba su olor. Estaba impregnado en su ropa, en su piel. Yo cerraba los ojos y veía a papá, siempre limpio, bueno, con una sonrisa para todos. Por unos instantes se interrumpió y luego siguió:
-Mamá no se dio cuenta que Pedro dejó de verme como una niña. En realidad no sé si mamá no lo notaba o jugaba a no notar nada.
Le costaba hablar y yo temblaba escuchando y sospechando el final.
-Mamá volvía siempre más temprano que Pedro, pero un día ella se demoró y Pedro llegó. Mandó a mis hermanos a comprar comida. Les dijo que fueran a un negocio cuyo dueño era amigo de él. Estaba lejos de casa. Y me vi sola con él. Y la fiera que siempre estuvo agazapada, saltó sobre mí. Con sus ojos llenos de lágrimas, Julia, que así se llamaba la joven, prosiguió: -Sentí las entrañas ardiendo y supe que mi niñez había terminado. Lloré y maldije al destino que me quitó a mi padre. Y a mi madre por traer a esta bestia a casa.
Mamá llegó y comprendió todo de una sola mirada. Tomó un cinturón que tenía colgado para asustar a los chicos. Yo esperaba que el vil recibiera su castigo, cuando sentí sobre mi espalda toda la violencia de mi madre. Con la espalda ensangrentada salí de la que hasta ese día fue mi casa. Nunca más volví a ella.
La veía ahogada por el llanto. Traté de consolarla.
Pregunté por qué el muñeco y me contó.
-¿Sabe lo qué es una ranchada? Negué con la cabeza y ella siguió: Ranchada es un grupo de chicos desde seis a casi veinte años, chicos que se han ido de sus casas, que no van al colegio. Pero yo me quedaba sola, no quería otra violación. Noté que a las chicas con bebitos les daban más limosna y en una esquina encontré a un muñeco. Sentí nostalgias por la época en que jugaba con ellos. Pero con las nostalgias no comería. Ahora tenía que sobrevivir. Lo envolví en unos trapos que encontré y así empecé a pedir.
A esa altura yo no podía contener el llanto. ¡Cuántas historias así se encontraba atrás de toda esa gente que habita en las calles!
La miré en silencio y lo decidí:
-Julia, yo vivo sola. No sé si esto funcione ¿Querés venir a vivir en mi casa?
Me miró asombrada, se levantó, no sabía que iba a suceder, pensé en un momento que se iría, pero no, me abrazó. Y lloró. Y pensé que ya no estaríamos más solas, ninguna de las dos.

2 comentarios:

  1. MARA ESTOY LEYENDO TUS BLOG Y SE ME ERIZA LA PIEL SON HERMOSOS
    GRACIAS POR COMPARTIRLO
    VIKY

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