martes, 24 de octubre de 2017

EL RÍO

      Salió  de su casa, eran las cuatro de la mañana. Se dirigió al Diario, ahí repartían gratis los clasificados. Resonaban en su cabeza los reproches, la ira...y el dolor y el hambre de los suyos.        Llevaba una carpeta azul en sus manos, tenía dos Curriculum, uno con todo lo aprendido, sus títulos, los trabajos, todo y en otro con poco, casi nada, para que no sobrecalificara, ya le habían dicho:       —No, no tenemos ningún puesto, para el que pedimos, usted sobrepasa.        Con los clasificados en sus manos se sentó a pesar del frío, bajo un farol de la plaza y los fue marcando. Luego se encaminó a las direcciones  más cercanas, caminó por esas calles ya tantas veces recorridas con el mismo propósito y en vano.
Luego fue a los otros, caminó y caminó. Siempre la negación presente. Socavando sus ganas, sus deseos de seguir. Y caminó, los edificios quedaron atrás, pasó por barrios de casas bajas y siguió... Se encontró ahí, frente a esa inmensidad que tanta paz le traía, el río. Se sentó en un banco bajo un árbol, se sintió tan bien, que sus pesares quedaron atrás. Acá solo él y el agua. Y estuvo mucho tiempo, mucho. Más tarde, a varios metros, el río llevaba ya sin dolor, sin angustias, en la paz eterna que le dio el río, su río, un diario y una carpeta azul.

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