viernes, 14 de noviembre de 2008

EL PINTOR DE PAPAGAYOS


















Despierto. Todos los días la misma angustia. Deseo dormir más: horas, días.Intento recordar si soñé; las pastillas no me lo permiten. No me dejan ni la memoria.El viejo reloj de caoba, regalo de un antiguo amor, indica las ocho. Me levanto y preparo el baño; me sumerjo en el agua caliente. Siento una grata sensación de abrazo; cierro los ojos y me quedo así.Un escalofrío recorre mi cuerpo; el agua se enfrió. Me visto y desayuno. Abro las ventanas; el sol reluciente llena todo de color y me invita a salir.Ya en la calle miro vidrieras, sin ver.Más tarde almuerzo en un acogedor barcito de Palermo. El desánimo no me abandona. No quiero regresar a casa. Voy al zoológico.Siento mi tristeza en un viejo banco, cerca de las jaulas de los pájaros. Me distraigo mirando a la gente. Las personas me parecen más atrayentes que los animales.Y veo. Mirar es descubrir. Él se acerca a la inmensa jaula de los papagayos. Se queda casi dos horas, lo compruebo en mi reloj. Él está hipnotizado por los papagayos. Yo, por él.Es alto, viste un viejo jean y un hermoso suéter sobre la camisa de cuello arrugado. Los zapatos, viejos. Es joven, buen mozo.Va de un lado a otro. Mira sólo a las aves. Él parece enjaulado.Empiezo a frecuentar el zoológico y espero su llegada. El día que no viene la tristeza se apodera de mí. Yo disfruto el rato que lo veo; él nunca me habla ni me mira. Va directo hacia los papagayos; observa sus plumas relucientes, sus colores hermosos. Son su mayor atracción. Siempre queda atrapado, paralizado, en ese lugar.Y yo lo miro mirar.Lo espero desde hace una hora. Acaba de llegar; saca un bloc, lápices de colores y dibuja a las aves en forma apurada, febril. Quiere plasmarlas en el papel, pero, una y otra vez, con la desesperación reflejada en su rostro, rompe su trabajo. Lo veo sufrir.Yo, alma solitaria, encuentro en que gastar mi tiempo. Y sin notarlo comienzo a querer a este hombre de quién no sé nada.-¿Qué ve en esos pájaros? ¿Por qué sólo quiere dibujarlos? ¿Será el brillo de los colores? ¿Los picos corvos?Mucha gente concurre habitualmente al zoológico. Ya lo conocen, también lo miran hacer. Siempre lo vemos frente a la jaula; sólo dibuja; pinta y estruja el papel.Hoy, después de muchos días, me animo, recojo la hoja que él tiró. La miro. No puedo entender qué busca ese hombre.Su dibujo es bellísimo, brillante, de perfección exquisita. Refleja hasta el más mínimo detalle. En el papel parece que esos hermosos pájaros cobrarán vida y echarán a volar. ¿Él no cree en la calidad de su obra? ¿No se da cuenta de que superan al modelo?Entre los asiduos visitantes del zoológico comenzamos a llamar ese hombre “el enamorado de los papagayos”. Para mí es “mi amado enamorado de los papagayos”. Hace tiempo que yo no sentía latir loco a mi corazón, y sueño, ya sin pastillas, dormida o despierta. Sueño que me mira; sueño que siente por mí lo que yo siento por él. Me acerco. Él es impenetrable. Nunca me mira.Sufrí mucho antes de conocerlo. Y por eso soy muy sombría…Me cuesta cambiar de actitud.Pero dejé mi antigua ropa oscura; dejé los grises y dejé los negros. Trato de sentirme ganadora. Compro ropa de colores pasteles.A pesar de todo eso él no me ve. Para él no existo.Hoy, entré decidida a una boutique; muy decidida me probé una remera verde brillante y pantalones naranja violento. Al verme en el espejo pensé:-Un papagayo.De regreso, en casa, busqué el dibujo que él había tirado y yo guardé. Lo pasé minuciosamente, suavemente por el vapor para humedecerlo. Luego con la plancha tibia, lo alisé. Parecía recién hecho.Entro al zoológico y lo espero. Mil temores se apoderan de mí. Tengo que hacer que él me mire, que me hable.Al verlo llegar me acerco.Con su dibujo en mis manos temblorosas, le digo:-Su trabajo es estupendo.Él me mira; me asustan esos profundos ojos grises y las oscuras ojeras. Ni un solo músculo de su rostro se mueve; solo brotan lágrimas de sus torturados ojos. Luego se aleja corriendo, como un loco, sin mirar ni una vez hacia donde yo quedo inmóvil. Comprendo que, como otras tantas veces, mi corazón se equivocó.La angustia y la soledad suelen ir de la mano, son dos hermanas peligrosas. Fueron mis compañeras inseparables en los últimos años. Decido enfrentarlas, no luchar más; hacerme amiga.Por eso sigo vistiendo colores brillantes. Vengo casi todas las tardes a esperarlo. Sé que él no me ve.Yo lo miro; lo amo cada día más. Es un secreto muy mío. Ahí va a esconderse mi felicidad.Y cuando lo veo venir hacia la jaula, pienso que me ama a mi, que viene hacia a mí. Que me hace levantar suavemente del banco y me lleva hacia un secreto lugar y ahí, despacio me desviste, roza con sus labios mis labios, recorre despacio mi cuerpo, es como si mi memoria guardara su contacto con mi piel, reconozco cada centímetro de su cuerpo como si siempre nos hubiésemos amado. Me besa la cara, el cuello, el pelo, su aliento busca mi boca y suspiro, gimo y me siento hermosa. Y me siento amada.Y abro los ojos… y estoy sola, él está como siempre frente a los pájaros, tal vez sintiendo por ellos lo que yo siento por él.Envidio a esos pájaros, ellos se acostumbraron a su jaula.Envidio a esos pájaros, ellos se acostumbraron a no levantar vuelo.Envidio a esos pájaros, ellos lo tienen a él.Hace tiempo que él ya no dibuja. No sé por qué razón. Sólo viene; apoya sus manos en el alambre tejido de la jaula y mira a los papagayos.Los pájaros se acercan y suave, suavemente picotean sus manos.Y yo…Simplemente……Los miro mirarse…

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