domingo, 9 de enero de 2011

PILINA







No sé quién la llamó así: Pilina.
Un día Amalia Jiménez de González pasó a ser Pilina.
Yo salía todas las tardes del colegio y corría a casa a tomar la leche con Toddy; escuchaba la radionovela de Tarzan. Luego salía a la calle para ver pasar a Pilina. Miraba hacia Fragata Presidente Sarmiento y cuando la veía doblar por Warnes, esperaba ansiosa.
Ella venía siempre con su cartera negra -ajada por el uso de largos años- colgada de su blanco y delgado brazo; sus vestidos, casi todos del mismo estilo, marcaban apenas su cintura y caían suavemente en una falda evasé, eran de fondo oscuro con pequeñas y delicadas flores claras, que los hacían juveniles.
Pilina era rubia, tenía unos hermosos ojos azules, y la piel que en una época lejana habría sido muy tersa, se veía ajada como la cartera, con profundas arrugas. Se pintaba los labios de un rojo intenso que siempre excedía los bordes de los mismos; sus mejillas enjutas, también pintadas de rojo carmín, eran como dos grandes lunares rojos, sin esfumar; sus cabellos enrulados caían dándole marco a su rostro. Lo que más se destacaba en ella eran sus cabellos, sus ojos y su pulcritud. A pesar de pintarse en forma ridícula, siempre estaba limpia y perfumada.
Recuerdo que la miraba, con mis diez años, así pintada y una sonrisa surgía de mis labios. Me agradaba Pilina y su fragancia a jazmín y a rosas.
Ella pasaba a mi lado, cruzaba la calle y llegaba a la esquina donde estaba la barrera, Warnes y Nicasio Oroño. Allí esperaba.
Los trenes que despedían vapor y humo le daban un aire irreal a la pobre mujer. A las siete de la tarde, como todos los días, pasaba el carguero. Ella seguía allí, parada.
Un poco más tarde, con hondo pesar que se reflejaba en su cuerpo delgado y en su rostro, cruzaba la calle; pasaba a mi lado murmurando cosas de las que yo, solo entendía un nombre: Osvaldo; doblaba la esquina y entraba a su casa.
Me contó mi madre, que Amalia estaba casada con Osvaldo y eran inmensamente felices. Ella siempre iba al cruce de las vías y ahí lo esperaba regresar de su trabajo.
Una tarde Pilina esperaba a Osvaldo alborozada, lo había llamado al trabajo y le dijo que tenía una hermosa noticia para darle.
Él tenía la certeza de que la noticia que ella iba a darle, era la que esperaban hacía tanto tiempo. Verla y correr a su encuentro fue un solo acto; no advirtió el tren que pasaba a toda velocidad.
Ella perdió el conocimiento. Cuando volvió en sí, supo que sus dos sueños, su esposo y su bebé se habían ido. Su razón también.

Algunas vecinas contaban otra versión. Decían que Amalia le cocinó varias veces puchero a Osvaldo, donde estaban junto a las papas y el zapallo, algún trapo de piso o alguna zapatilla.
Había perdido la razón y ese fue el motivo por el cual Osvaldo se tiró debajo de un tren.

No sé si fue así, como Amalia pasó a ser Pilina.
Prefiero la versión que me dio mi madre.
Hoy preparo la leche chocolatada a mi nieta y recuerdo a Amalia, su imagen, su perfume. Y su profundo amor por Osvaldo.

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